EL BOLCHEVISMO Y LA GUERRA

“La guerra es, según las palabras de Clausewitz, la continuación de la política por medios violentos, la última ratio, el fenómeno inseparable que acompaña a la sociedad capitalista, así como también a toda sociedad clasista; ella constituye el estallido de las contradicciones históricas, agudizadas de tal modo que no pueden ser resueltas de ninguna otra manera. Con esto ya está dicho en definitiva que la guerra no tiene en general nada que hacer con el derecho y con la moral”

Franz Mehring

“En una guerra reaccionaria, una clase revolucionaria no puede dejar de desear la derrota de su Gobierno. Esto es un axioma que sólo pueden discutir los partidarios conscientes de los socialchovinistas o sus lacayos impotentes.”

V. I. Lenin

En el editorial del anterior número de Línea Proletaria decíamos que nuestra apuesta en firme por la consigna del derrotismo revolucionario ante la guerra entre imperialistas desatada en Ucrania no era algo ya dado, que hubiese podido emerger espontáneamente ante la sucesión de los acontecimientos o derivado del mero sentido común en el seno de la vanguardia. Esto es así por dos cuestiones. La primera es que décadas de hegemonía revisionista en la vanguardia han borrado, apartado y deformado las viejas certezas del proletariado revolucionario al sustituirlas y amoldarlas a los intereses de otras clases, como la pequeña burguesía y la aristocracia obrera. La segunda razón, y más importante, es que, precisamente, por el fin del Ciclo de revoluciones que abrió Octubre, el marxismo ya no es esa teoría de vanguardia capaz de iniciar nuevos procesos revolucionarios, y ello exige al proletariado reexaminar críticamente incluso esas antiguas certezas. Como ha insistido siempre la Línea de Reconstitución (LR), en esta época contrarrevolucionaria, la vanguardia se caracteriza, en primer lugar, por ese cuestionamiento de sí misma, de la ideología que porta y la necesidad de que al marxismo que nos lega Octubre se le aplique el propio marxismo, de su reactualización teórica en función del desarrollo histórico de la lucha de clases y de cómo este suprime, amplía o matiza, las tesis políticas del marxismo y contrapone sus propios resultados a las respuestas que dan otras clases que luchan por ─y actualmente detentan─ la hegemonía dentro de la clase obrera.

Esto supone que para el proletariado que seriamente se interroga y brega por el relanzamiento de la Revolución Proletaria Mundial (RPM) no le baste con la alegre y despreocupada repetición de lugares comunes y reclamaciones reformistas que son la norma entre la vanguardia en lo que concierne a sus comunicados y pronunciamientos ante la guerra. Si algo tienen en común todos estos posicionamientos, además de plegarse al marco nacional impuesto por la burguesía ─ya sea en su vertiente abiertamente chovinista y a favor de algunos de los combatientes en liza o en su forma encubierta, pacifista, de parar la guerra y por supuesto todas las combinaciones intermedias posibles─ es su incapacidad para vincular mínimamente la guerra con las tareas necesarias para la revolución, por la sencilla razón de que simplemente carecen de cualquier forma de táctica-plan revolucionaria. Pero a la perspectiva del marxismo revolucionario, la de la reconstitución ideológica y política del comunismo, no le sirve con que nos conformemos con ser meros espectadores pasivos, que simplemente condenan la guerra, sino que nos impele a imbricar cada posicionamiento concreto con las tareas que el Plan de Reconstitución delinea para volver a hacer del proletariado revolucionario ─el Partido Comunista─ contendiente real en la gran lucha de clases y único sujeto histórico capaz de hacerle la guerra a la guerra. Ligar el posicionamiento del derrotismo revolucionario con la necesidad de reconstitución de la ideología de la que hoy en día carece nuestra clase, pasa en primer lugar por comprender con profundidad este fenómeno, tanto en el sentido más directo de entresacar y señalar qué lecciones puede aprender el proletariado de la actual guerra de Ucrania1, como en el de penetrar profundamente en la naturaleza teórica del fenómeno militar, qué relación guarda con la Línea General de la Revolución y qué lugar tiene la política del derrotismo revolucionario como mediación entre ambos. Toda una tarea teórica seria y rigurosa sin la cual el conjunto de la vanguardia no podría capacitarse a sí misma para empresas de mayor calado. Esto exige a esa vanguardia, como primer paso básico, que se familiarice con la noción de derrotismo revolucionario, sus características y lógica interna, y su surgimiento histórico de la mano del Partido Bolchevique.

El presente artículo es una contribución a este respecto, que, si bien no puede sustituir al esfuerzo intelectual individual de cada proletario por interiorizar y aprehender estas cuestiones, sí pretendemos que ayude a combatir la amnesia (tanto a la honesta como a la interesada) que parece tener el conjunto de la vanguardia teórica hoy en día respecto a cuestiones claves del análisis y la política comunista. Dados los esfuerzos del revisionismo contemporáneo, incluso del que se autodenomina a sí mismo como leninista, por ocultar tanto la letra como el espíritu del marxismo revolucionario, esperamos que los lectores entiendan la pertinencia de que hayamos traído a colación citas tan numerosas y extensas a lo largo del documento. Y a su vez, estos pasajes de nuestros clásicos que hemos tenido a bien recuperar exigen, para que tengan sentido desde la perspectiva de la lucha de clases actual, que se los contextualice históricamente, que se cumpla con la exigencia marxista de estudiar cualquier fenómeno en su desarrollo y evolución histórica. Solo desde esta perspectiva amplia, que otorga la historia de la lucha de clases, y que es la del Balance del Ciclo de Octubre se puede alumbrar en nuestra época tanto el análisis genuinamente de clase, como una línea política a la altura de las exigencias de relanzamiento de la revolución comunista.

1. El planteamiento de la cuestión en Marx y Engels

Para la concepción materialista de la historia, la guerra, la organización sistemática de la violencia, no es más que la expresión de un determinado grado de desarrollo de las relaciones sociales engendradas por las contradicciones económicas y es consustancial a las sociedades clasistas.

“La historia del ejército pone de manifiesto, más claramente que cualquier otra cosa, la justeza de nuestra concepción del vínculo entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales. En general, el ejército es importante para el desarrollo económico. Por ejemplo, fue en el ejército que los antiguos desarrollaron por primera vez un sistema completo de salarios. (...) Toda la historia de las formas de la sociedad burguesa se resume notablemente en la militar.”2

La guerra y su organización forman parte de esas relaciones sociales clasistas, hasta el punto de que “se convirtió en una industria permanente”3con la aparición de las primeras civilizaciones. Y como todo obrero que haya comenzado a indagar en los rudimentos del marxismo sabe, la política es la expresión concentrada de la economía4. Por eso Marx y Engels hacen plenamente suya la famosa máxima de Clausewitz de que la guerra es la continuación de la política por otros medios, fórmula que permite comprender tanto el basamento económico de este fenómeno, como clarificar la finalidad que persigue determinada política incluso cuando ésta da el salto a su forma armada. Por lo tanto, la guerra está por encima de cualquier consideración ética o legal, pues es un fenómeno sujeto a las leyes de la lucha de clases y solo desde ahí puede juzgarse cabalmente desde el punto de vista del marxismo. Y al estar la moderna sociedad capitalista dividida en clases sociales políticamente enfrentadas, desde el punto de vista estrictamente marxista, la guerra solo es “injusta” o “reaccionaria” cuando es una continuación de la política de dominación y explotación de las clases dominantes, cuando refuerza y mantiene el dominio de la reacción y de la vieja sociedad sobre la clase revolucionaria y las nuevas relaciones sociales que encarna. La esencia del fenómeno no descansa en las formas que necesariamente adopta ─la supresión de todo derecho salvo el que otorga la fuerza, la eliminación violenta de los enemigos o el grado de crueldad empleado para la consecución de los objetivos deseados, por enumerar alguno de ellos─ sino en determinar de qué política es continuación toda esa violencia, a qué intereses de clase sirve. Pues, precisamente, la guerra puede ser “justa” o “progresista” si es expresión y continuación de la política de las clases oprimidas en pos de su liberación, si lo que está sacudiendo es el yugo de la dominación ─política en el caso de las revoluciones y guerras burguesas, social para las del proletariado. Baste a este respecto con recordar las palabras de Engels:

“El señor Dühring no sabe una palabra de que la violencia desempeña también otro papel en la historia, un papel revolucionario; de que, según la palabra de Marx, es la comadrona de toda vieja sociedad que anda grávida de otra nueva; de que es el instrumento con el cual el movimiento social se impone y rompe formas políticas enrigidecidas y muertas. Sólo con suspiros y gemidos admite la posibilidad de que tal vez sea necesaria la violencia para derribar la economía de la explotación del hombre: por desgracia, pues toda aplicación de la violencia desmoraliza al que la aplica. Esto hay que oír, cuando toda revolución victoriosa ha tenido como consecuencia un gran salto moral y espiritual. Y hay que oírlo en Alemania, donde un choque violento —que puede imponerse inevitablemente al pueblo— tendría por lo menos la ventaja de extirpar el servilismo que ha penetrado en la consciencia nacional como secuela de la humillación sufrida en la guerra de los Treinta Años. ¿Y esa mentalidad de predicador, pálida, sin savia y sin fuerza, pretende imponerse al partido más revolucionario que conoce la historia?”5

Nuestro interés en llamar la atención al lector sobre esta cita radica en que en ella se concentran varias cuestiones. La más obvia es la total incompatibilidad de conjugar el pacifismo con posturas del proletariado revolucionario, puesto que la guerra contra los opresores ─y es que eso es la revolución, una guerra civil prolongada─ no solo es justa sino deseable, y en ese espíritu se ha de educar su partido ─hoy en día la vanguardia. La segunda cuestión es que, como la LR viene insistiendo en las páginas de Línea Proletaria6, el ejercicio sistemático de la violencia por parte del proletariado no es una mera necesidad instrumental, fruto solo de que no hay otra forma de arrebatar el poder a las clases parasitarias y mantenerse en el poder, sino que, en la medida en la que el empleo de esta violencia es una parte ineludible de su proceso de emancipación, de negación como clase sumisa y oprimida y conversión en clase dominante, que debe pasar por el proceso de educarse a sí misma en el manejo y conducción de su propia guerra de liberación, pues el hecho mismo de librarla le extirpa el “servilismo” y trae consigo un “salto moral y espiritual”7. Pero esta cita también nos es interesante porque la mención de Engels a Alemania y la “conciencia nacional” sirve para situarnos temporalmente en el marco, muy determinado, de ese siglo XIX condicionado políticamente por dos hechos. El primero es que todavía no se ha agotado la lucha revolucionaria de la burguesía contra los restos del feudalismo, lucha que, tanto por su forma como por contenido es nacional, pues incluso en los casos donde no se está luchando directamente por la independencia nacional, la burguesía, en su lucha contra la aristocracia y los remanentes medievales, lo que está tratando de consolidar no es otra cosa que su propio mercado, su Estado-nación. Y el segundo acontecimiento que marca ese siglo XIX es que el proletariado comienza su andadura como clase independiente que, aún con poca experiencia y puntualmente aliado políticamente con la burguesía progresista contra la reacción feudal, empieza a tener una mayor conciencia de sus intereses particulares y comienza a organizarse acorde a los mismos. Se mueve todavía dentro del marco de la clase en sí, consciente de sus intereses inmediatos, pero no de sus objetivos históricos por la emancipación.

Esto tiene necesariamente una serie de consecuencias muy prácticas en cómo Marx y Engels trataron la cuestión de la guerra en su tiempo. Al no estar el proletariado todavía capacitado para actuar de manera revolucionaria, la labor de los fundadores del comunismo científico se limitará a tratar de dilucidar en cada guerra ─o ante la posibilidad de una─ cuál es el bando que más beneficia y extiende la revolución burguesa y deja, por lo tanto, el terreno más despejado para que el proletariado libre su lucha de clases. Por eso Marx y Engels, aunque incansables estudiosos y conocedores de la historia y el estado de la ciencia militar de su tiempo y concediéndole a la guerra y violencia revolucionaria una parte integral en la concepción del mundo que empezaron a cimentar, no pudieron articular un tratamiento sistemático y coherente ante la cuestión de la guerra nacional, entre países capitalistas, puesto que el propio marco de actuación del proletariado todavía no se encontraba despejado para la moderna lucha de clases (en la medida en la que había un mundo feudal que liquidar, las naciones todavía se dividían en reaccionarias, como la autocrática Rusia zarista, y revolucionarias, como Francia, primera en saltar a las barricadas, por citar los ejemplos más característicos) ni estaba capacitado, por lo escaso de su propio bagaje práctico, como para darle al marxismo un suelo social apropiado desde el que aplicar lo conquistado previamente por la teoría de vanguardia. No es hasta que el proletariado ha madurado lo suficiente para constituirse en Partido Comunista, que este tiene la capacidad de incorporar la cuestión de la guerra como una parte integrante de su estrategia revolucionaria8. Es decir, que históricamente no es hasta que el proletariado se ha organizado en torno a la revolución social como su referencia inmediata, que este ha quedado capacitado para tratar de manera sistemática la cuestión.

Por lo tanto, al igual que con la cuestión nacional y los casos específicos de Irlanda y Polonia, Marx y Engels, en su labor propagandística en la AIT y Segunda Internacional, se centraban especialmente en el señalamiento de ejemplos y de casos concretos que serían beneficiosos para el desarrollo del proletariado, por ejemplo, apoyando las guerras derivadas de los procesos de unificación alemana e italiana, en la medida en la que eso consolidaría dos nuevos estados nacionales en Europa y debilitaría las fuerzas internacionales de la reacción absolutista. Naturalmente, que la clase obrera no pudiese tener una incidencia real a la hora de apoyar u oponerse a los contendientes en la guerra no significa que, ya incluso en esta temprana etapa en la que el proletariado todavía está luchando por formar y extender su forma más baja y primitiva de organización en el sindicato, Marx y Engels signasen ya que:

“(...) los trabajadores [tienen] el deber de iniciarse en los misterios de la política internacional, de vigilar la actividad diplomática de sus gobiernos respectivos, de combatirla en caso necesario, por todos los medios de que dispongan...”9

Y es que una clase que aspire a establecer su propia dictadura revolucionaria debe educarse a sí misma en las cuestiones y campos del saber más amplios, y en especial todos aquellos que tienen que ver con la cuestión del poder, para saber aprovechar en todo momento esa “política internacional” en el beneficio de su propia causa:

“La lucha por una política exterior de este género [consecuentemente democrática e internacionalista] forma parte de la lucha general por la emancipación de la clase obrera.” 10

Y es que esta cuestión de asegurar la más rápida extensión y desarrollo del movimiento democrático, movimiento iniciado y a cuya cabeza, aunque cada vez más pacata, todavía estaba la burguesía, será el leitmotiv constante de la obra de Marx y Engels a la hora de determinar el carácter progresista o reaccionario de la guerra. Así sintetizó Lenin la forma de proceder de los dos revolucionarios:

“cuando Marx ‘evaluaba’ los conflictos internacionales sobre la base de los movimientos burgueses nacionales y de liberación, lo hacía teniendo en cuenta qué bando, al triunfar, favorecería más el ‘desarrollo’ (...) de los movimientos nacionales y, en general, de los movimientos populares democráticos. Esto significa que, durante los conflictos bélicos derivados del ascenso de la burguesía al poder en diversas nacionalidades, a Marx le preocupaba ante todo, como en 1848, la ampliación y acentuación de los movimientos democráticos burgueses mediante la participación de las más vastas y más ‘plebeyas’ masas, de la pequeña burguesía, en general, y, en particular, del campesinado; por último, de las clases desposeídas. [...]

[En esa] época la tarea histórica era, objetivamente, saber cómo debía ‘utilizar’ la burguesía progresista, en su lucha contra los principales representantes del feudalismo agonizante, los conflictos internacionales con el fin de obtener la mayor ventaja para toda la democracia burguesa mundial en general. En aquellas fechas, en esa primera época, hace más de medio siglo, era natural e inevitable que la burguesía subyugada por el feudalismo deseara el fracaso de ‘su’ opresor feudal (...).”11

Detengámonos por un breve momento en uno de estos episodios analizados por Marx, la guerra franco-prusiana, pues en él se condensan varias lecciones aún interesantes para el proletariado actual. Cuando este conflicto se desencadena, la AIT, con Marx a la cabeza, declara que desde el punto de vista francés es una guerra reaccionaria, es una continuación de la política retrógrada de Napoleón III por mantenerse en el poder y, como tal, los obreros y los demócratas consecuentes no deben apoyarla. Para Alemania en cambio, está justificada la guerra defensiva, pues combatir a los ejércitos imperiales facilitaba la derrota de la reacción en Francia, puesto que esta guerra defensiva era una continuación de la política democrática de su proceso de unificación nacional, y por lo tanto justa bajo el punto de vista de que ayudaba a consolidar el moderno Estado burgués y terminar con las remanentes medievales. Aun así, se hace hincapié en que, aunque el proletariado alemán todavía podía apoyar la causa nacional en la medida en la que esta empresa estaba incompleta, no debía de hacerlo con el gobierno de Bismarck, tan culpable como el francés del estallido de la guerra, por estar precisamente vinculado política y económicamente con él, y debía rechazar tajantemente cualquier intento de anexión o saqueo del propio territorio francés.

La justeza de esa política la confirmaría el proletariado al seguirla durante el propio desarrollo de los acontecimientos. Los socialistas franceses se oponen a la guerra desde el primer momento, forzando a un desesperado Napoleón III al encarcelamiento masivo, trayendo consigo un crecimiento del prestigio de la Internacional y sus ideas entre nuevas capas del proletariado. En Alemania, los socialistas capitaneados por Bebel y W. Liebknecht inician una campaña en contra de la guerra tan pronto como los ejércitos alemanes tratan de anexionarse Alsacia y Lorena, acción por la que naturalmente son también encarcelados pero que refuerza la causa proletaria en ambos países. Este prestigio del internacionalismo proletario, sumado a las derrotas militares de Francia, provocan la caída del Imperio, y rápido tras él, la república que le sucede, facilitando la proclamación de la Comuna de París. Con la Comuna, la guerra en clave de defensa nacional de Francia se trasforma rápidamente en guerra civil en cuanto las masas parisinas deciden luchar por sus propios intereses, y con ella llevan al proletariado al ejercicio de su primera dictadura revolucionaria. Esta gesta, que marca toda la conquista de “un nuevo punto de partida de importancia histórica universal” a decir de Marx, supone, en el campo que nos ocupa en el presente documento, no solo una prueba más de la profunda conexión que hay entre la derrota militar y la revolución12, sino de la caducidad histórica de la guerra nacional ante la emergencia de la revolución proletaria:

“El hecho sin precedente de que después de la guerra más tremenda de los tiempos modernos, el ejército vencedor y el vencido confraternicen en la matanza común del proletariado, no representa, como cree Bismarck, el aplastamiento definitivo de la nueva sociedad que avanza, sino el desmoronamiento completo de la sociedad burguesa. La empresa más heroica que aún puede acometer la vieja sociedad es la guerra nacional. Y ahora viene a demostrarse que esto no es más que una añagaza de los gobiernos destinada a aplazar la lucha de clases, y de la que se prescinde tan pronto como esta lucha estalla en forma de guerra civil. La dominación de clase ya no se puede disfrazar bajo el uniforme nacional; todos los gobiernos nacionales son uno solo contra el proletariado.”13

2. La recepción bolchevique del derrotismo revolucionario

El gran codificador y transmisor de la labor teórica de Marx y Engels será la II Internacional. Organismo que muestra en todos sus Congresos una preocupación muy grande por la posibilidad de la guerra, y jugará una enorme labor en la trasmisión de las ideas marxistas entre el proletariado, educándolo en la naturaleza clasista de la guerra y de que “sólo la creación de un orden socialista, poniendo fin a la explotación del hombre por el hombre, pondrá fin al militarismo y asegurará la paz permanente”14. Pero como ya ha insistido numerosas veces en el pasado la LR, la Segunda Internacional encarna en la historia del desarrollo de nuestra clase el periodo de desarrollo del proletariado como clase en sí, de la autoafirmación como clase particular dentro del marco capitalista. Este periodo de maduración, inevitable e históricamente progresista, también impone una serie de limitaciones históricas con sus necesarias consecuencias ideológicas y políticas. Y es que la Segunda Internacional nace y se desarrolla en plena transición, como la caracterizará posteriormente Lenin, entre la época ascendente de la burguesía, “la época de los movimientos democráticos burgueses” y “de los movimientos nacionales burgueses”, y el paso a otra era, descendente, una “época de domino total y de declinación de la burguesía, la época de la transición de la burguesía progresista al capital financiero reaccionario y ultrarreaccionario”15. Esto tiene como consecuencia en el campo que nos ocupa, la guerra y la revolución proletaria, que se sancionen las respuestas de la época anterior, de la época democrática de la burguesía, en la que el “defensismo” estaba justificado en caso de una agresión externa o de enfrentarse a un país más reaccionario. Junto al mantenimiento de estas tesis, la II Internacional, cuyos partidos base habían nacido y estaban creciendo a un ritmo apabullante dentro de ese marco social capitalista relativamente “pacífico” ─al menos en Europa─ de las últimas décadas del siglo XIX, y que le había permitido éxitos políticos y sociales notables, sabe perfectamente que una guerra entre las principales potencias daría al traste con todo, la evolución tranquila y el acercamiento de la victoria socialista que el funcionamiento normal y espontáneo del capitalismo parecía traer consigo en esas últimas décadas del siglo XIX. El propio Engels reconocía que:

“Una cosa es cierta: una guerra sobre todo retrasaría nuestro movimiento en toda Europa, lo desbarataría por completo en muchos países, suscitaría el chovinismo y la xenofobia y nos dejaría con la perspectiva segura, entre muchas otras inciertas, de tener que empezar de nuevo después de la guerra (...)”16

Esto hizo que los debates y resoluciones adoptadas por la Internacional en sus primeros seis congresos (1889-1904), se limitasen esencialmente a orientar la política socialdemócrata a luchar por evitar a toda costa el estallido de la guerra y la defensa de la paz. Hasta tal punto es así que la II Internacional mantuvo en todas sus resoluciones ─con escaso éxito─ la creación de organismos internacionales por la paz que garantizasen el arbitraje entre naciones en caso de conflicto. El enfoque, por lo tanto, aunque en clave pacifista, es estrictamente nacional, de garantizar que cada país no se vea sacudido por los desastres de la guerra, pues dentro del paradigma de la II Internacional la prosperidad nacional y el desarrollo socialista de la clase obrera parecían ir de la mano. Solo con el congreso de Stuttgart de 1907, y como resultado de la presión y debates mantenidos por los bolcheviques, la resolución resultante vinculó por primera vez la guerra con la acción revolucionaria17 contra la burguesía propia. ¿Qué es lo que había ocurrido para que se produjese este cambio a petición de los revolucionarios rusos?

Para 1907 la vanguardia marxista en Rusia había ido cumpliendo toda una serie de fases y requisitos clave en su proceso de constitución partidaria. Hacía más de una década que había abandonado su fase de “desarrollo intrauterino” al margen del movimiento obrero, simplemente asimilando el marxismo socialdemócrata como doctrina y contraponiéndola al populismo, al que derrota. La hegemonía del marxismo entre la vanguardia en un país con una revolución democrático-burguesa pendiente como Rusia, donde se impone al proletariado la novedosa tarea de resolver problemáticas de la clase anterior, abría la posibilidad de que esa coyuntura fuese usada como trampolín que facilitaba al proletariado el acceso al poder político. Esa será la firme decisión de lo que acabará siendo el bolchevismo que, precisamente, establece toda una táctica-plan para organizar al conjunto de la vanguardia y sus vínculos con las masas en un todo, un sistema único de organizaciones que permita ir elevando y organizando al proletariado no desde abajo, en función de sus intereses espontáneos, sino en función de la revolución socialista como referente último18. Tal es así que, de manera significativa, en el programa del POSDR figura el objetivo expreso de la dictadura del proletariado desde 1903, algo que nunca figurará expresamente en el programa del partido insignia del marxismo socialdemócrata, el SPD.

Es por haberse constituido el bolchevismo desde la ideología, que es la que informa en todo momento de los objetivos y metas del proceso revolucionario, que en el caso ruso, con ese entrelazamiento entre las revoluciones burguesa y proletaria, desde el principio el epicentro de los debates e inquietudes de los revolucionarios sea la cuestión del poder, y capacita a los socialdemócratas revolucionarios para vincular y subordinar las problemáticas históricas y cada acontecimiento de la lucha de clases a este fin. Así, cuando para 1904 estalle la guerra ruso-japonesa, la postura que rápidamente van a adoptar los bolcheviques es la de ligar de manera activa el conflicto bélico con la apertura de crisis revolucionaria, entroncando así, de manera directa, con los posicionamientos que la crítica revolucionaria había conquistado décadas atrás:

“Las guerras las libran ahora los pueblos, y esto hace que hoy se destaque con especial claridad una de las grandes cualidades de la guerra, a saber: la que pone de manifiesto de modo tangible, ante los ojos de decenas de millones de personas, la discordancia existente entre el pueblo y el Gobierno, que hasta hoy sólo era evidente para una pequeña minoría consciente. La crítica que todos los rusos progresistas, la socialdemocracia y el proletariado de Rusia formulaban contra la autocracia se ve confirmada ahora por la crítica de las armas japonesas, hasta el punto de que la imposibilidad de seguir viviendo bajo la autocracia la sienten ahora, cada vez más, inclusive quienes no saben lo que la autocracia significa, inclusive quienes, aun sabiéndolo, desearían con toda su alma mantener en pie el régimen autocrático.”19

Esta cita de Lenin identifica correctamente que la guerra de la autocracia no es más que una continuación en un plano superior de la política de opresión y explotación de esa misma autocracia, con lo que toda derrota militar supone el desenmascaramiento sin tapujos de la miserias y fracasos de dicha política20 y por lo tanto una propaganda directa de las críticas y posiciones revolucionarias. Pocos meses más tarde, en 1905, las derrotas militares zaristas son tales que el descontento popular ha estallado en una auténtica revolución, que coge a los bolcheviques insuficientemente preparados. Aun así, desde el primer momento la vanguardia trata de ponerse a la cabeza de la misma y dirigir la acción de las masas hacia objetivos revolucionarios. Lo que nos interesa destacar aquí de este periodo es la comprensión de Lenin de que el fracaso de la política militar zarista ha propiciado una crisis que permite que la política proletaria se eleve a lucha por el poder, que se dirime ahora bajo la forma pura de enfrentamientos armados del zarismo contra los trabajadores y campesinos. Lo que se impone ahora al proletariado revolucionario es ese paso a la política que se libra por otros medios, el paso de la política revolucionaria a la guerra revolucionaria:

“El proletariado deberá aprender de estas lecciones militares del Gobierno. Y ya que ha comenzado la revolución, aprenderá también el arte de la guerra civil. La revolución es una guerra. Es de todas las que conoce la historia, la única guerra legítima, legal, justa y realmente grande.”21

“El ejército revolucionario se necesita para batallar y dirigir militarmente la lucha que las masas del pueblo despliegan contra los restos de las fuerzas armadas de la autocracia. El ejército revolucionario se necesita porque los grandes problemas de la historia se pueden resolver únicamente por la fuerza, y la organización de la fuerza en la lucha de nuestros días es la organización militar.”22

Lo que la revolución de 1905 pone en el candelero de la vanguardia rusa es la cuestión de la Línea Militar de la Revolución, y de cómo sistematizar sus rudimentos ante las nuevas formas de lucha que había tomado en Rusia la guerra entre clases. Y en los debates sobre la insurrección de nuevo vuelve a despuntar el bolchevismo, no solo como el ala más intransigente y partidaria de las acciones armadas de las masas, algo que, aunque a regañadientes, era aceptado por el menchevismo como forma de presión externa sobre la burguesía liberal, sino también siendo los mayores defensores de la necesidad de plantear teóricamente la cuestión, de racionalizarla para poder darle una proyección en forma de política militar que sostuviese en el tiempo la acción revolucionaria, diese oportunidades reales de vencer a la reacción y pudiese ser incorporada al acervo de la doctrina revolucionaria:

“Tomemos el arte militar. Ningún socialdemócrata que sepa algo de historia y haya estudiado a Engels, tan entendido en este arte, pondrá jamás en tela de juicio la inmensa importancia de los conocimientos militares, la enorme trascendencia del material de guerra y de la organización militar como instrumentos de los que se valen las masas populares y las clases del pueblo para ventilar los grandes choques de la historia. La socialdemocracia no ha caído nunca tan bajo como para jugar a las conjuras militares, nunca puso en primer plano los problemas militares mientras no se dieran las condiciones de una guerra civil comenzada. Pero ahora todos los socialdemócratas han colocado los problemas militares, si no en primer término, sí en uno de los primeros y afirman que ha llegado el momento de estudiarlos y de que las grandes masas populares los conozcan. El ejército revolucionario debe emplear en la práctica los conocimientos militares y los recursos castrenses para decidir toda la suerte ulterior del pueblo ruso, para resolver el problema primero y más urgente de todos, el problema de la libertad.”23

Los bolcheviques vinculan desde este momento la cuestión de la línea militar y su educación en la misma a las masas como un elemento clave para poder dotar al proletariado de libertad, de una independencia real en su lucha de clases respecto de la burguesía. La cuestión de la línea militar proletaria se convertirá en uno de los principales elementos de deslinde24 contra el ala oportunista del partido y objeto del balance de la revolución de 1905 que permitirá a los bolcheviques llevar a buen puerto el proceso de reconstitución del POSDR (1908-1914). Desde 1912 el bolchevismo consiguió organizarse como un cuerpo político independiente del oportunismo, y que para ese momento ya contaba con unos principios, línea política y programa que le permitió su fusión con la vanguardia práctica del movimiento obrero25, estando en una posición de fuerza respecto al resto de viejos partidos obreros para cuando estallase la guerra mundial.

Esta es la experiencia que atesoran y que están comenzando a sintetizar para la altura del Congreso de Stuttgart de 1907, por eso los bolcheviques se mostrarán inflexibles a este respecto y tendrán la suficiente fuerza como para conseguir modificar las resoluciones de la vieja Internacional sobre la guerra y reforzar a toda la izquierda socialdemócrata internacional. Solo porque habían logrado esa fusión del socialismo científico con el movimiento obrero durante la experiencia revolucionaria de 1905 fueron capaces de poner de relieve la conexión real existente entre el fracaso de la política militar de las clases dominantes y apertura de posibilidad que esta supone para que el proletariado pueda pasar a desempeñar y ser educado en su propia política militar. El Partido Bolchevique se ha capacitado para empezar a ofrecer esa respuesta sistemática a cómo debe ser el tratamiento internacionalista del proletariado ante el fenómeno de la guerra, que sería sintetizado en 1914 bajo el mandato de convertir la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria.

3. La guerra imperialista.

Esta posición bolchevique de independencia respecto al medio ambiente inmediato por estar el Partido constituido desde las necesidades de la revolución y no del de los problemas inmediatos de las masas, es lo que lo sitúa en un punto de vista privilegiado para una mayor y amplia comprensión del fenómeno del imperialismo y los conflictos militares. Esto supone retomar y poder cumplir en un plano superior, social, por ser ya Partido Comunista, con el mandato marxiano de que los obreros se inicien en los misterios de la política internacional, teniendo como eje del análisis esa conexión política-guerra clausewitziana:

“Desde el punto de vista del marxismo, es decir del socialismo científico contemporáneo, la cuestión fundamental que deben tener presente los socialistas al discutir cómo debe juzgarse una guerra y la actitud a adoptar frente a ella es por qué se hace esa guerra, qué clases la han preparado y dirigido. [...]

Si no lo hiciéramos así olvidaríamos la exigencia principal del socialismo científico y de toda la ciencia social en general y, además, nos privaríamos de la posibilidad de comprender nada de la guerra actual. (...) Nosotros decimos: si no habéis estudiado la política practicada por ambos grupos de potencias beligerantes durante decenios ─para evitar casualidades, para no escoger ejemplos aislados─, ¡si no habéis demostrado la ligazón de esta guerra con la política precedente, no habéis entendido nada de esta guerra!”26

Este celo bolchevique por la teoría ─tan alejado de la simple repetición formulaica con la que el grueso Movimiento Comunista Internacional (MCI) despacha cualquier cuestión de calado ante la guerra de Ucrania y que cree que con una simple alusión al carácter imperialista del conflicto, la contradicción países opresores-oprimidos o la crisis actual del capitalismo, realmente está explicando algo27─ es lo que permite a los bolcheviques constatar los cambios operados en el capitalismo. De la época del capitalismo concurrencial, donde la burguesía trataba de consolidar, ante todo, su propio marco nacional, el paso al dominio del capital financiero y la aparición de monopolios sí lleva a la burguesía a una constante y feroz competencia por los mercados, incluyendo los coloniales.

“‘el capital financiero tiende a la dominación, y no a la libertad’. La reacción política en toda la línea es rasgo característico del imperialismo.”28

Lo que supone que la guerra emanada de semejante política ya no puede ser más que reaccionaria y completamente antagónica a los intereses del proletariado. La guerra nacional desaparece del proscenio internacional excepto para las luchas de liberación de las naciones oprimidas y coloniales.

“Hay que estudiar la política que precede a la guerra, la política que lleva y ha llevado a la guerra. Si la política era imperialista, es decir, defendía los intereses del capital financiero, expoliaba y oprimía a las colonias y países ajenos, la guerra dimanante de esa política será una guerra imperialista. Si la política era de liberación nacional, es decir, si expresaba el movimiento masivo contra la opresión nacional, la guerra dimanante de esa política será una guerra de liberación nacional.”29

Y es que, aunque a nivel formal, el fenómeno aparentemente sea el mismo que en la época de las viejas guerras nacionales (por ejemplo, la lucha entre dos Estados con ejércitos profesionales y movilización general de las masas de la población), algo de lo que siempre se trata de aprovechar la burguesía para justificar que su guerra es justa, su esencia (las relaciones de clase de las que son expresión dicho conflicto) ha cambiado30. Y esta trasformación, y esto es importante remarcarlo, significa que los criterios con los que debemos evaluar dicha política, esas relaciones de clase, ya no son los mismos que la época juvenil de la burguesía:

“Supongamos que dos países combaten entre sí en la época de los movimientos burgueses, nacionales y de liberación. ¿A qué país desear éxito desde el punto de vista de la democracia contemporánea? Es evidente que al país cuyo éxito impulse con más fuerza y desarrolle con más ímpetu el movimiento de liberación de la burguesía y quebrante más a fondo el feudalismo. Supongamos después que el factor determinante de la situación histórica objetiva ha cambiado y que el lugar del capital de la época de liberación nacional ha sido ocupado por el reaccionario e internacional capital financiero imperialista. El primero posee, pongamos por caso, tres cuartas partes de África, y el segundo, la cuarta parte. El contenido objetivo de su guerra es el reparto de África. ¿A qué bando habrá que desear éxito? Sería absurdo plantear el problema en los términos anteriores, ya que no tenemos los criterios anteriores de evaluación: el prolongado desarrollo del movimiento burgués de liberación ni el largo proceso de decadencia del feudalismo. No es tarea de la democracia contemporánea ayudar al primero a afirmar sus ‘derechos’ sobre las tres cuartas partes de África, ni ayudar al segundo (aunque su desarrollo económico sea más rápido que el del primero) a apropiarse de estas tres cuartas partes. La democracia contemporánea sólo será fiel a sí misma si no se suma a burguesía imperialista alguna, si declara que ‘la una y la otra son las peores’ y si desea en cada país el fracaso de la burguesía imperialista. Toda otra solución será en los hechos una solución nacional-liberal y no tendrá nada de común con la verdadera internacionalidad.”31

De aquí ya vemos que se infieren unas consecuencias prácticas muy concretas, pues si “la una y la otra son las peores” eso significa que entre países imperialistas no hay ya luchas por la “defensa de la patria” y cuestiones como si la guerra es ofensiva o defensiva, quién ha agredido primero a quién, carecen de toda importancia histórica desde el punto de vista del proletariado32 y solo le deben importar a la burguesía. El grado de interconexión y entrelazamiento económico-político que acompaña al imperialismo supone que ya no haya entre los países desarrollados la posibilidad de países genuinamente neutrales:

“La tarea candente de todos los partidos socialistas consiste en intensificar la agitación entre las masas, en denunciar el juego de los diplomáticos de todos los países y mostrar de forma evidente, de modo que entren por los ojos, todos los hechos que prueban el vil papel de todas las potencias aliadas, de todas por igual, tanto de las que cumplen directamente las funciones de gendarme, como de las que son cómplices, amigos y financieros de ese gendarme.”33

El paso definitivo de la burguesía a la reacción con el imperialismo hace irrelevantes las distintas modalidades que adopte la dictadura de los capitalistas, al haber periclitado en el plano histórico la lucha burguesa por la democracia:

“Podría decirse que la guerra imperialista es una triple negación de la democracia (a - toda guerra reemplaza el ‘derecho’ por la fuerza; b - el imperialismo es, en general, la negación de la democracia; c - la guerra imperialista iguala plenamente las repúblicas con las monarquías)”34

No es casualidad que esta tesis leninista de igualación de las formas estatales que adopte la dictadura burguesa sea precisamente una de las más convenientemente olvidadas por el revisionismo. Y es que el antimperialismo burgués siempre está dispuesto a mostrar su apoyo a cualquier grupo de bandidos imperialistas en su combate contra sus enemigos, solo porque entiende que estos son peores, como si todavía estuviese vigente en la actualidad la separación entre naciones progresistas y naciones reaccionarias. Y eso cuando no está directamente dispuesto apoyar a su propia burguesía, como es el caso de Reconstrucción Comunista-Frente Obrero, que en su alineamiento con los sectores africanistas del imperialismo español califica a Marruecos de “dictadura islamista reaccionaria”35 como si el supuesto carácter más reaccionario del régimen de Rabat frente al de Madrid pudiese justificar por sí mismo la participación y colusión del proletariado en cualquier política “nacional”. Pero dejemos a los oportunistas de hoy, y retomemos sus orígenes históricos con el advenimiento de la fase imperialista del capitalismo.

El imperialismo tiende a la “reacción en toda la línea” y a la “negación de la democracia” precisamente porque la ingente concentración de riquezas monopolistas sustentadas sobre la explotación internacional permite a la burguesía llevar a cabo una política que, mediante la corporativización de los intereses económicos inmediatos de amplias capas sociales, sirva de sostén y correa de trasmisión de su dictadura de clase:

“Sobre la indicada base económica, las instituciones políticas del capitalismo moderno ─prensa, parlamento, sindicatos, congresos, etc.─ han creado prebendas y privilegios políticos correspondientes a los económicos, para los empleados y obreros respetuosos, mansitos, reformistas y patrioteros. La burguesía imperialista atrae y premia a los representantes y adeptos de los ‘partidos obreros burgueses’ con lucrativos y tranquilos cargos en un gobierno o en un comité de la industria de guerra, en un parlamento y en diversas comisiones, en las redacciones de periódicos legales ‘serios’ o en la dirección de sindicatos obreros no menos serios y ‘obedientes a la burguesía’. En este mismo sentido actúa el mecanismo de la democracia política. En nuestro siglo no se puede pasar sin elecciones; no se puede prescindir de las masas, pero en la época de la imprenta y del parlamentarismo no es posible llevar tras de sí a las masas sin un sistema ampliamente ramificado, sistemáticamente aplicado y sólidamente organizado de adulación, de mentiras, de trapicheos, de prestidigitación con palabrejas populares y de moda, de promesas a diestro y siniestro de toda clase de reformas y beneficios para los obreros, con tal de que renuncien a la lucha revolucionaria por derribar a la burguesía.”36

Es esta política burguesa asentada sobre las trasformaciones económicas imperialistas la que favorece la aparición y encuadramiento del sector oportunista del proletariado, su capa más aburguesada, la aristocracia obrera. La guerra inter-imperialista de 1914, al acelerar la política de las décadas previas, termina de consolidar, en solo unos pocos días, esta alianza interclasista bajo la forma de unión sagrada entre la burguesía y el oportunismo. Desde este momento histórico esta nueva capa social cuyos representantes naturales son los oportunistas queda definitivamente integrada en el aparato del Estado burgués y pasa a ser copartícipe de ejercer su dictadura de clase contra el resto de explotados:

“El oportunismo se ha ido incubando durante decenios por la especificidad de una época de desarrollo del capitalismo en que las condiciones de existencia relativamente civilizadas y pacíficas de una capa de obreros privilegiados los ‘aburguesaba’, les proporcionaba unas migajas de los beneficios conseguidos por sus capitales nacionales y los mantenía alejados de las privaciones, de los sufrimientos y del estado de ánimo revolucionario de las masas que eran lanzadas a la ruina y que vivían en la miseria. La guerra imperialista es la continuación directa y la culminación de tal estado de cosas, pues es una guerra por los privilegios de las naciones imperialistas, por un nuevo reparto de las colonias entre ellas, por su dominación sobre otras naciones. Defender y consolidar su privilegiada situación de ‘capa superior’ de la pequeña burguesía o de la aristocracia (y de la burocracia) de la clase obrera: he aquí la continuación natural, durante la guerra, de las esperanzas oportunistas pequeñoburguesas y de la táctica que de aquí se desprende; he aquí la base económica del social-imperialismo de nuestros días.”37

Por eso todo el grueso de la II Internacional, que antes del estallido de la guerra, salvo la excepción de una pequeña minoría ─coherente al menos con sus intereses de clase─ de extrema derecha, de palabra, en sus discursos y acuerdos estaba firmemente por la paz y proclamaba su deseo de declarar la guerra a la guerra, pasan rápidamente a apoyar sin contemplaciones la política de alianza nacional y exterminio de millones de proletarios en los campos de batalla. Es famosa la cita de Bebel, representante de esa ortodoxia de la II Internacional, de que el éxito político de la socialdemocracia se debía a que “el corazón de la gente se vuelve hacia nosotros porque defendemos la causa de sus necesidades cotidianas”38. Precisamente las necesidades cotidianas de esa capa de obreros cualificados y con prebendas, base social objetiva de los viejos partidos socialistas, que habían florecido con el desarrollo pacífico del capitalismo y que, con el imperialismo y su tendencia al corporativismo veían cumplidos sus deseos reformistas, pasan ─y continúan pasando─, cuando la guerra imperialista estalla, por defender activamente a sus hermanos mayores imperialistas y sus intereses, puesto que también son los suyos. Por eso el oportunismo, hasta el más marxista de palabra, se trastoca de manera masiva en socialchovinismo descarado y social-imperialismo con la guerra, porque es la adecuación de la política obrera burguesa a las condiciones en las que la burguesía está dirimiendo su política en el terreno de las acciones militares. Este sector, que ha devenido en “capa dirigente y parasitaria en el movimiento obrero” ofrece a la burguesía todo tipo de argumentos con los que intentar encuadrar a las amplias masas, desde los intentos de ocultar el carácter imperialista de la guerra y presentarla como nacional, a toda una retórica marxista de por qué su participación es positiva para la causa del proletariado:

“Otra teoría ‘marxista’ del socialchovinismo: el socialismo se basa en el rápido desarrollo del capitalismo; el triunfo de mi país acelerará el desarrollo del capitalismo en él y, por consiguiente, el advenimiento del socialismo; la derrota de mi país frenará su desarrollo económico y, por consiguiente, el advenimiento del socialismo. Esta teoría struvista es sustentada (...) [por] tomar del marxismo todo lo que es aceptable para la burguesía liberal, incluso la lucha por reformas, incluso la lucha de las clases (menos la dictadura del proletariado), incluso el reconocimiento ‘general’ de los ‘ideales socialistas’ y la sustitución del capitalismo por un ‘régimen nuevo'’, y rechazar ‘únicamente’ el alma viva del marxismo, ‘únicamente’ su contenido revolucionario.”39

Esta forma de razonar, que hoy en día es parte del sentido común dentro de la vanguardia, fue acompañada ─al igual que suele hacerlo en la actualidad─ de paternalistas apelaciones a las masas y sus supuestos intereses. De esta manera justificaron todos los socialistas su traición. Sirva aquí de ejemplo paradigmático el caso del diputado obrero Dittman y su alegato a favor del apoyo del SPD a la votación de los créditos de guerra y la burgfriedenspolitik:

"El partido no puede hacer otra cosa. De otro modo levantaría una oleada de indignación tanto en el frente como en Alemania contra el partido socialdemócrata. La organización socialista desaparecería por causa del resentimiento popular."40

Y es que esta forma de razonar es congénita al modelo de viejo partido obrero, que precisamente se construye en la representación de los intereses y voluntad de la clase obrera con conciencia en sí, y que inevitablemente desemboca en oportunismo, siempre dispuesto a plegarse en torno a lo que espontáneamente se movilicen las masas. En combate contra toda esta forma de pensamiento, que podríamos resumir en la famosa frase del oportunista Victor Adler de que “es preferible equivocarse con la clase obrera que tener razón en contra de ella”41, es precisamente donde se había forjado el bolchevismo, que llevaba desde la época del marxismo legal y el economicismo luchando contra toda tentativa de amoldar la lucha del proletariado revolucionario al nivel de la conciencia del obrero medio y de rebajar el estadio de la conciencia de la vanguardia al de las masas. Rasgo congénito ese atreverse a ir contracorriente que el Partido Bolchevique enarbola durante la guerra a nivel internacional prácticamente en solitario42 contra todos los oportunistas:

“El hecho es que en todos los países capitalistas avanzados se han constituido ya ‘partidos obreros burgueses’, como fenómeno político, y que, sin una lucha enérgica y despiadada, en toda la línea, contra esos partidos ─o, lo mismo da, grupos, corrientes, etc.─ no puede ni hablarse de lucha contra el imperialismo, ni de marxismo, ni de movimiento obrero socialista.”43

Postura sostenida precisamente por sus conquistas previas, como el hecho de que en Rusia no fueron las trasformaciones fruto del imperialismo y su defensa por parte del ala oportunista las que escinden en dos alas irreconciliables al movimiento obrero, sino la lucha ideológica y política “enérgica y despiadada” contra los mencheviques y por constituir un partido revolucionario que sostiene la izquierda revolucionaria en su lucha de dos líneas la que provoca ese corrimiento político que supuso la aparición del Partido Bolchevique y su ruptura orgánica con el oportunismo, al menos desde 1912. Y es en base a esa lección universal sobre la necesidad de la independencia total del proletariado con su ala burguesa, que los bolcheviques hacen un llamado internacional a que la izquierda y todos los elementos proletarios rompan frontalmente con el oportunismo, ahora que este había completado su maduración histórica con la guerra:

“la lucha contra el imperialismo sin lucha contra el oportunismo y ruptura con éste es un engaño”44

“Consideramos que una ruptura con los socialchovinistas es históricamente inevitable e imprescindible si la lucha revolucionaria del proletariado por el socialismo ha de ser sincera y no quedar reducida a simples protestas verbales.”45

Esta sistematización de su propio recorrido se percibe aún más claramente en las recomendaciones de Lenin para aquellas organizaciones donde las dos alas todavía tenían unas posiciones y rasgos poco definidos:

“[Es positivo que] ambas tendencias se manifiesten en todas partes con sus propios puntos de vista independientes y su política propia, combatan entre sí por problemas de principio permitiendo que efectivamente la masa de camaradas del partido, y no sólo los ‘dirigentes’, resuelvan problemas fundamentales, una lucha de esta naturaleza es necesaria y útil, porque educa las masas independizándolas y haciéndolas capaces de cumplir su misión revolucionaria de alcance histórico.”46

La única política consecuente con los intereses de clase revolucionarios del proletariado, que sirva para dar continuidad y dirección a la lucha de clases, deslindar tajantemente con todas forma de oportunismo y continuar educando a las masas en la lucha por su emancipación47 es el derrotismo revolucionario. En otras palabras, el derrotismo revolucionario es la continuación y adecuación de la lucha de clases proletaria a los tiempos y condiciones en los que la burguesía imperialista está dirimiendo su política en el plano militar.

4. El derrotismo revolucionario

Toda esta comprensión marxista del fenómeno de la guerra imperialista y la ruptura con el viejo modelo partidario socialdemócrata48 permite plantear con plena madurez la política proletaria: la búsqueda activa de la derrota del propio Estado.

“En cada país, la lucha contra el Gobierno propio que sostiene la guerra imperialista no debe detenerse ante la posibilidad de la derrota de dicho país como resultado de la agitación revolucionaria. La derrota del ejército gubernamental debilita a ese Gobierno, contribuye a la liberación de las nacionalidades que oprime y facilita la guerra civil contra las clases gobernantes.”49

“La ‘lucha revolucionaria contra la guerra’ no es más que una de esas exclamaciones vacías y sin contenido en las que son maestros los héroes de la II Internacional, si no se entiende por ello las acciones revolucionarias contra su propio Gobierno también en tiempos de guerra. Basta pensar un instante para comprenderlo. Pero las acciones revolucionarias contra el Gobierno propio en tiempos de guerra significan indudable e indiscutiblemente no sólo el deseo de su derrota, sino también aportar un concurso activo a esa derrota. (Señalemos al ‘lector perspicaz’: esto no significa ‘volar puentes’, organizar infructuosas huelgas en las industrias de guerra, ni, en general, ayudar al Gobierno a infligir una derrota a los revolucionarios.)”50

De estas definiciones esenciales sobre el derrotismo revolucionario hay varias cuestiones a destacar. Y es que el bolchevismo estipula de manera tajante y sin ambigüedades, a diferencia de la II Internacional, cuál es la tarea y el deber de todo destacamento proletario. Pero a la vez hace eso sin imponer mecánicamente a todos las mismas acciones, como por ejemplo abogaban las tendencias anarquizantes como el herveísmo51 en la II Internacional, que proponía simplemente que en caso de guerra el proletariado de todos los países implicados proclamase la huelga general, al margen del grado real que hubiese alcanzado la fusión entre el socialismo científico y la clase obrera. Al contrario, el derrotismo revolucionario lo es entre otras cosas precisamente porque es capaz de vincular los principios fundamentales del internacionalismo con el grado de conformación real de cada destacamento del proletariado, pues el bolchevismo sitúa la clave del asunto en la vanguardia, único agente con la perspectiva suficiente para establecer las mediaciones ideológicas, primero, y políticas y organizativas después, que capaciten políticamente a la clase trabajadora para convertir los reveses militares y la crisis política creada por la guerra en acciones de masas revolucionarias. Por eso Lenin señalaba solo una serie de requisitos mínimos como “primeros pasos hacia la transformación de la actual guerra imperialista en guerra civil” cuyos ejes fundamentales eran la negación total a apoyar la guerra en cualquiera de sus formas, y la garantía de independencia proletaria mediante un aparato clandestino que permitiese realizar propaganda revolucionaria que educase y organizase a las masas en la lucha contra su propia burguesía52.

Solo mediante el derrotismo revolucionario se cumple en tiempos de una guerra reaccionaria con la unidad e indivisibilidad que exige el principio del internacionalismo proletario. Esto, requiere romper con los más profundos prejuicios nacionales que la burguesía haya inculcado en la vanguardia y las masas, pues es estar dispuesto no solo a no apoyar al país propio sino a traicionarlo53. Esa traición a la burguesía y a su patria, es a la vez el único acto que garantiza la fidelidad al internacionalismo proletario, pues promueve la confianza internacionalista con el proletariado de los países “enemigos”, es una muestra de compromiso con el derecho de autodeterminación y que no se tiene ningún tipo de respeto por el actual valladar estatal54 y en contextos en los que el proletariado carece de su organización revolucionaria a nivel internacional (como era durante la guerra de 1914-1918 o en la actualidad, en la que ni tan siquiera existe su requisito previo, el Partido Comunista reconstituido) es la premisa para posibilitar su futura (re)constitución:

“La cuestión de la patria ─replicaremos a los oportunistas─ no es posible plantearla haciendo caso omiso del carácter histórico concreto de esta guerra. Es una guerra imperialista, es decir, una guerra de la época del capitalismo más desarrollado, de la época final del capitalismo. La clase obrera debe comenzar ‘organizándose en los límites de la nación’, dice el ‘Manifiesto Comunista’, indicando así los límites y las condiciones de nuestro reconocimiento de la nacionalidad y de la patria, como formas necesarias del régimen burgués y, por consiguiente, de la patria burguesa. Los oportunistas desfiguran esta verdad trasplantando lo que es cierto con relación a la época del surgimiento del capitalismo a la época final del capitalismo. En cuanto a esta época y a las tareas del proletariado en la lucha por la destrucción del capitalismo, y no del feudalismo, dice de modo claro y terminante el Manifiesto Comunista: ‘los obreros no tienen patria’. Se comprende por qué los oportunistas temen reconocer esta verdad del socialismo y por qué temen incluso en la mayoría de los casos tenerla abiertamente en cuenta. El movimiento socialista no puede vencer dentro del viejo marco de la patria. Este movimiento crea formas nuevas y superiores de convivencia humana, en las que las necesidades legítimas y las aspiraciones progresivas de las masas trabajadoras de toda nacionalidad se verán satisfechas por vez primera en la unidad internacional a condición de derribar los actuales tabiques nacionales. A los intentos de la burguesía moderna de dividir y desunir a los obreros mediante hipócritas invocaciones a la ‘defensa de la patria’, los obreros conscientes contestarán con nuevos y reiterados intentos de establecer la unidad de los obreros de las distintas naciones en la lucha por el derrocamiento del dominio de la burguesía de todas las naciones.”55

Por eso mismo el derrotismo revolucionario no es una medida de orden táctico, posibilista, que haya que aplicarse solo si la guerra genera espontáneamente esa crisis política y social, como el oportunismo gusta de interpretar. Es un elemento que entronca directamente con las premisas en las que descansa la posibilidad misma de la revolución comunista, el carácter internacional e internacionalista que el socialismo científico confiere a la lucha revolucionaria, y que fue confirmado por la práctica revolucionaria pasada, incluyendo la apertura misma del Ciclo de Octubre, como atestigua la propia experiencia bolchevique en 1917, hace que el derrotismo tenga una importancia de orden estratégico, de defensa de los principios del marxismo, su Línea General, en el contexto de coyuntura bélica. El llamamiento a la derrota del propio gobierno no depende de un cálculo político estrecho, en que se tengan garantías de que efectivamente se va a poder culminar con el estallido de la guerra civil revolucionaria, sino que es la prolongación de la política marxista del proletariado (de que se está por su lucha de clase y por el establecimiento de su dictadura) de los tiempos pacíficos a la coyuntura bélica impuesta por la burguesía. Es la única forma de continuar educándolo en los principios revolucionarios, y por lo tanto la forma en la que proletariado emerja de la guerra con sus posiciones reforzadas:

La bandera proletaria de la guerra civil, si no hoy, mañana ─si no en esta guerra, después de ella─, si no en esta guerra, en la próxima que siga, agrupará alrededor de ella no sólo a cientos de miles, de obreros conscientes, sino a millones de semiproletarios y pequeños burgueses, embaucados hoy por el chovinismo, a quienes los horrores de la guerra no sólo les han de intimidar y aturdir, sino que les han de instruir, enseñar, despertar, organizar, templar y preparar para la guerra contra la burguesía, tanto de ‘su propio’ país como de los países ‘ajenos’.”56

Por eso cualquier intento de clamar que se está contra la burguesía, e incluso en el fondo por la derrota y la guerra civil, pero que todavía no es conveniente hacer propaganda sobre la misma con la excusa de que espantaría a las masas o que estas no la comprenderían, es un rasgo de oportunismo (históricamente de las posiciones centristas, como las defendidas por el resto de la izquierda socialdemócrata en la conferencia de Zimmerwald) que renuncia a los principios en función de la conveniencia política táctica y supone la negación a generar desde hoy las bases del desarrollo revolucionario57, lo que equivale a su traición y renuncia:

No basta con aludir a la revolución, como lo hace el Manifiesto de Zimmerwald, diciendo que los obreros deben hacer sacrificios por su propia causa y no por una causa ajena, es necesario indicar a las masas clara y exactamente su camino. Es necesario que las masas sepan adónde ir y para qué. Es evidente que las acciones revolucionarias de masas durante la guerra, en caso de desarrollarse con éxito, sólo pueden desembocar en la transformación de la guerra imperialista en una guerra civil por el socialismo, y es dañino ocultar esto a las masas. Por el contrario, este objetivo debe ser claramente señalado, por difícil que parezca alcanzarlo, cuando estamos sólo al comienzo del camino.”58

Esta retórica centrista, que no tiene problemas en reconocer el carácter reaccionario de la guerra y hablar de revolución, a la vez que niega y oculta de su propaganda los medios para conseguirla (la guerra civil revolucionaria) suele estar históricamente vinculada, con alguna forma más o menos velada de pacifismo burgués. Y es que la denuncia sobre los efectos nefastos de la guerra o las medidas por tratar de frenar el esfuerzo bélico que no vayan orientada a la preparación y la educación explícita en torno a la guerra civil no es más que otra forma refinada de colaboración entre clases, de educar a las masas en la pasividad y sostener una postura perfectamente asumible para los intereses de determinadas capas de la burguesía ─puesto que no toda ella se beneficia de la guerra por igual:

“La negativa a prestar servicio militar, la huelga contra la guerra, etc., son una simple tontería [y que tanta similitud guardan con el “OTAN no, bases fueras”, “parar los envíos de armas” o “reducción de los presupuestos militares” de hoy], una ilusión pobre y medrosa de luchar sin armas contra la burguesía armada y suspirar por destruir el capitalismo sin una encarnizada guerra civil o sin una serie de guerras. (...) ¡Abajo la sentimental y estúpida lamentación clerical suspirando por ‘la paz a toda costa’! ¡En alto la bandera de la guerra civil!”59

Es una posición, que además de no romper del todo con los prejuicios nacionales, ante todo lo que está estableciendo ─al margen de lo que esté en las cabecitas bienintencionadas de esta forma de oportunismo─ es una simple medida de presión sobre el Gobierno por salvar a ese mismo Estado imperialista de las malas consecuencias de la guerra en las que él mismo se ha metido. Eso es lo que expresan las consignas que históricamente ha enarbolado el centrismo sobre “paz inmediata y sin anexiones”, “ni victorias, ni derrotas” y otras por frases por el estilo, que al decir de Lenin no son más que:

“¡(...) una paráfrasis de la consigna de ‘defensa de la patria’! ¡Esto es precisamente trasladar el problema al plano de la guerra de los gobiernos (que, según esta consigna, deben permanecer en la antigua situación, ‘conservar sus posiciones’) y no al terreno de la lucha de las clases oprimidas contra su Gobierno!”60

Y es que si para aquellos países en los que imperan ya las relaciones imperialistas ya no es posible realizar guerras nacionales o “justas”, también ha quedado históricamente vedado para esas burguesías la posibilidad de una paz justa o democrática:

“La guerra es la continuación por medios violentos de la política que las clases dominantes de las potencias beligerantes aplicaban mucho tiempo antes de la guerra. La paz es una continuación de la misma política, en la que se registran los cambios producidos en las relaciones entre las fuerzas adversarias en virtud de las acciones bélicas. La guerra, por sí sola, no altera la dirección de la política anterior a la misma, no hace sino acelerar este desarrollo. (...) Entonces [1789-1871], el programa de paz democrática (burguesa) tuvo un fundamento histórico objetivo. ¡Ahora no existe tal fundamento, y las palabras sobre una paz democrática son una mentira burguesa que sirve objetivamente para desviar a los obreros de la lucha revolucionaria por el socialismo!”61

Una paz real, que no contribuya a fomentar y preparar la siguiente guerra, exige en la época del imperialismo que sea una ruptura con la política anterior que engendró y sostuvo la guerra. Ruptura que exige toda una serie de renuncias inmediatas (a las anexiones, a seguir reteniendo naciones oprimidas por su Estado, a los tratados secretos y a las alianzas militares, a reconocimiento de deudas contraídas, etc., etc.) para que esa paz se sostuviese sobre unas bases genuinamente democráticas y fuese ella misma un acto de propaganda internacionalista, al debilitar a los chovinistas y militaristas de otras potencias y sirva de ejemplo vivo a las masas del “bando enemigo”. Naturalmente, una paz de estas características, que desde el punto de vista del razonamiento burgués es a todas luces perniciosa para la nación y su futura prosperidad, solo puede realizarla el proletariado revolucionario en el poder62, única clase interesada en establecer bases de apoyo para la Revolución Proletaria Mundial por encima y al margen de por donde pasasen los viejos valladares nacionales.

Lo que nos vuelve a conducir irremediablemente al problema de convertir al proletariado en clase dominante y la necesidad de su educación para librar su propia lucha militar. Tras varios años de lucha contra la matanza industrial que es la moderna guerra imperialista y de estudio de la doctrina militar, Lenin retoma en un plano superior sus reflexiones de 1905 y las mediaciones entre la guerra capitalista y la guerra civil. La anterior guerra ruso-japonesa había servido para terminar de consolidar el vínculo que existía entre guerra y revolución ─siempre que el proletariado revolucionario estuviese dispuesto a aprovecharlo─ y cómo de esto se derivaba el paso a formas superiores de lucha proletaria (que en aquel momento del desarrollo histórico suponía la sustitución de la huelga general por la insurrección y la guerra de guerrillas) y, de ello, la necesidad para el proletariado de crear su propio ejército revolucionario e instruirse en el arte militar. Ahora, Lenin pone el acento en el elemento interno político, que permite armonizar la relación entre los fines de los que informan los principios del socialismo científico y los medios para conseguirlos:

“El socialismo conduce a la extinción de todo Estado y, por consiguiente, de toda democracia; pero el socialismo no es realizable sino a través de la dictadura del proletariado, la cual une la violencia contra la burguesía, es decir, contra la minoría de la población, con el desarrollo integral de la democracia, es decir, la participación, realmente general y en igualdad de derechos, de toda la masa de la población en todos los asuntos estatales y en todos los complejos problemas que implica la liquidación del capitalismo.”63

Este enfoque eminentemente político de Lenin ─que se encuentra en pleno proceso de maduración de las posiciones que expondrá más sistemáticamente en El Estado y la revolución─ es coherente con lo que la LR ha venido insistiendo a la luz de los resultados del Balance, dado que es este eje, el de la política, el único por el que el bolchevismo podía romper con el sustrato socialdemócrata común en las condiciones históricas de comienzos del siglo XX, puesto que era desde la cuestión del poder, del Estado como entidad en la que se dirime la gran lucha de clases, como se podía trasformar a la clase obrera en clase dominante, peldaño que históricamente antecede a su conversión en clase revolucionaria64. Y aunque la forma de esta ruptura aparejaría consigo toda una serie de limitaciones históricas, el posterior desarrollo del Ciclo demuestra que esta fue más que fructuosa. Y lo profundo de la misma lo atestigua el campo de la línea militar proletaria:

“La consigna que señala la salida más rápida de la guerra imperialista y el vínculo entre nuestra lucha contra ella y la lucha contra el oportunismo es la guerra civil por el socialismo. Sólo esta consigna tiene en cuenta con acierto tanto las peculiaridades del tiempo de guerra (...) como todo el carácter de nuestra actividad en oposición al oportunismo con su pacifismo, su legalismo y su adaptación a la burguesía ‘propia’. Pero, además, la guerra civil contra la burguesía es una guerra, organizada y hecha democráticamente, de las masas pobres contra la minoría pudiente. La guerra civil es también una guerra; por consiguiente, también ella debe colocar de modo inevitable la violencia en lugar del derecho. Pero la violencia en nombre de los intereses y de los derechos de la mayoría de la población se distingue por otra característica: pisotea los ‘derechos’ de los explotadores, de la burguesía, y es irrealizable sin una organización democrática del ejército y de la ‘retaguardia’. La guerra civil expropia por la fuerza, inmediatamente y, en primer lugar, los bancos, las fábricas, los ferrocarriles, las grandes fincas agrícolas, etc. Pero precisamente para expropiar cuanto queda dicho, los funcionarios y los oficiales deben ser electos por el pueblo, debe realizarse la total fusión del ejército, que hace la guerra contra la burguesía, con la masa de la población y debe implantarse la absoluta democracia en la administración de los víveres, de su producción y distribución, etc. El objetivo de la guerra civil es conquistar los bancos, las fábricas, etc., anular toda posibilidad de resistencia de la burguesía, aniquilar su ejército. Pero este objetivo no podrá alcanzarse ni desde el exclusivo punto de vista militar ni desde el económico ni desde el político sin establecer y extender, al mismo tiempo, la democracia en nuestro ejército y en nuestra ‘retaguardia’, cosa que se realiza en el curso de dicha guerra"65.

En esta cita y la anterior, vemos que Lenin traslada al propio ejército revolucionario los principales rasgos de la dictadura del proletariado: ese empleo combinado de la violencia más democracia como amplia participación de las masas en todas las facetas del aparato estatal (en plena consonancia con el materialismo histórico, para el que el ejército es la columna vertebral de todo Estado) ya que ha de adoptar una nuevas formas radicalmente democráticas (esa fusión entre ejército y masas) para poder ir incorporando a todo el proletariado en el ejercicio de su propio poder. Es decir, que el modo proletario de hacer la guerra difiere necesariamente del burgués, en la medida en la que, para alcanzar sus objetivos militares, económicos y políticos, este tiene como prerrequisito la extensión de la democracia. En otras palabras, esa democracia a la que hace referencia Lenin no es más que la forma que adopta el ejército proletario, y su manera de conducir la guerra solo puede apoyarse sobre las amplias masas y su estadio de conciencia. Es la forma de establecer unos lazos más directos y sin obstáculos entre la crisis de la normalidad y violenta sacudida de las relaciones e instituciones sociales establecidas que la guerra trae consigo, y la incorporación de sectores de masas a los que por primera vez se les abre el terreno de la política bajo su forma superior, como ejercicio de su propia dictadura en defensa de sus intereses y en contraposición y en combate directo contra la de la burguesía.

Lenin está empezando a esbozar, de forma esporádica y más como primeros esbozos ─en los que todavía no aparece la instancia clave en todo este proceso, el Partido Comunista­─ el problema de cómo las necesidades militares de la revolución puedan ayudar a la revolucionarización de cada vez más sectores de masas, algo que el proletariado revolucionario resolverá satisfactoriamente posteriormente con la práctica y la teoría de la Guerra Popular, pero que como problema consustancial a la Revolución Proletaria ya comienza a ser planteada desde Octubre. Y es que, como ya ha señalado en el pasado la LR, a lo largo de la revolución rusa y la guerra civil encontramos de manera germinal muchas de las características de la futura Guerra Popular66, que lejos de la visión reduccionista a la que la somete el revisionismo como una especie de técnica militar solo aplicable en condiciones campesinas, es la forma que ha encontrado el proletariado consciente para que esa ley revolucionaria que informa de la ineluctabilidad de la guerra civil para derrocar a las clases dominantes, pase a convertirse en un momento más del desarrollo y ampliación revolucionaria. Aunque, por el propio desarrollo material del sujeto revolucionario y las condiciones históricas, finalmente, la guerra civil rusa no pudiese adoptar esta forma, como también se ha cuidado de señalar la propia LR67. Baste, en el presente trabajo, con dejar anotado que esta problemática, la relación que guardan las primeras revoluciones proletarias con la forma en la que necesariamente tuvieron que conducir sus guerras civiles con la emergencia de la Guerra Popular como estrategia militar universal del proletariado y el Partido Comunista como instancia superior y rectora de todo el proceso, parece a todas luces un campo más que fecundo para el Balance. De lo que no hay dudas posibles es de que, sin el derrotismo revolucionario enarbolado por el Partido de Nuevo Tipo en Rusia, el Partido Bolchevique jamás podría haber educado a la clase obrera para que en Octubre acabase tomando el poder, ni haber sentado las bases para un trasvase en la correlación de fuerzas internacional de la vanguardia que permitió la constitución de la Internacional Comunista y desde esta al resto de revoluciones proletarias del Ciclo. El derrotismo revolucionario está en la base misma de toda la obra de Octubre, al jugar un papel clave en su proceso de ruptura de los bolcheviques con su infancia socialdemócrata, y es su formulación un rasgo en sí de madurez política en la que el proletariado ha entrado desde su escisión histórica en dos alas.

5. El derrotismo revolucionario hoy.

Como hemos expuesto a lo largo del presente documento, la consigna del derrotismo revolucionario, el llamamiento a actuar en pos de la derrota del propio gobierno en la guerra reaccionaria e imperialista, es el único posicionamiento que, por su contenido, cumple con los requisitos científicos y revolucionarios a la altura de la misión histórica del proletariado. Científico porque adecúa a la comprensión del materialismo histórico de fenómenos como la guerra, la paz y el imperialismo, e impele a que el proletariado estudie y ahonde teóricamente en estas cuestiones, puesto que, de no hacerlo, no podría sostener una política genuinamente de vanguardia. Revolucionario porque, apoyada sobre la Línea General de la Revolución, esta política es la plasmación consecuente del internacionalismo proletario ante un determinado conflicto y su adecuación al marco en el que se encuentre cada destacamento, es decir, es Línea Política, que dispone y orienta las fuerzas proletarias en pos de combatir toda forma de oportunismo a la vez que va creando las condiciones (que en la actualidad dependen del grado de desarrollo en el que se encuentra el proceso de reconstitución) para que, mediante el empleo de su línea militar, destruya al viejo poder burgués.

Estos tres momentos son plenamente identificables con las fases del proceso de reconstitución del comunismo y comienzo de la revolución ─reconstitución ideológica, fusión política con las masas de avanzada del movimiento obrero y comienzo de la Guerra Popular─ es el camino que abrió el Partido Bolchevique. En las últimas décadas del siglo XIX la vanguardia en Rusia pasó por un primer momento fundamental, en el que fue ganada para el marxismo, y cuya principal labor era el aprendizaje y asunción teórica del mismo, lo que desde la problemática que aquí nos ocupa sobre la guerra, supone fundamentalmente la aprehensión del innegable carácter internacionalista que para el socialismo científico debe tener todo proyecto de emancipación social proletaria y la comprensión materialista del fenómeno militar. Pertrechada con esa teoría de vanguardia que tomaron acabada vía II Internacional, la vanguardia puede delinear la estrategia de la revolución rusa y esbozar su propia táctica-plan para constituir un Partido que coopte para la revolución a cada vez más sectores de la clase obrera. Esto supone un mayor peso y desarrollo de la línea política bolchevique, ahora que su capacidad de incidencia social es mayor, se mueve ya fuera del reducido primer ambiente de la vanguardia, y prima la dialéctica social de la lucha de clases. Destacan en este aspecto la defensa intransigente del derecho de autodeterminación (sin el cual no hay internacionalismo y no habría manera de combatir esa tendencia a la negación de la democracia que supone el imperialismo) y el derrotismo revolucionario. Este último pone de relieve y ayuda a la comprensión del proletariado, desde su vanguardia hasta las amplias masas movilizadas por la guerra imperialista, a que comprendan la conexión y el salto que hay entre su lucha política contra “su” burguesía y el paso al terreno del combate militar. Esto es exactamente lo que pasaría durante la primera guerra mundial, al culminar el Partido Bolchevique su proceso de reconstitución, es decir, su fusión con los elementos más combativos y de avanzada de la clase obrera, su vanguardia práctica, y posibilita la transformación de la política de oposición a la guerra de los imperialistas en la guerra civil revolucionaria librada por obreros y campesinos, que será la forma que adopte la lucha de clases para finales del 1917 y en la subsecuente guerra civil.

Este somero repaso por la historia del bolchevismo nos informa del contenido y la naturaleza de la actividad revolucionaria en cada fase del proceso de reconstitución del Partido de Nuevo Tipo y, tras su constitución, el subsiguiente inicio de la Guerra Popular. Naturalmente, que en cada periodo predomine fundamentalmente la teoría, la política o lo militar no significa que los otros dos elementos no estén presentes y tengan un rol necesario ─como por ejemplo la necesidad permanente de autodefensa de la vanguardia en todo momento. No obstante, esta disposición establece una correcta jerarquía en las tareas que tiene entre manos la vanguardia en cada fase, al tiempo que alerta sobre los principales peligros de esa coyuntura. La experiencia bolchevique nos alecciona sobre la importancia general que guarda en todo momento la ideología como principio rector de la revolución, y de cómo la fortaleza teórica, que es lo que imprime, en primer lugar, el carácter de vanguardia a los sectores más avanzados del proletariado, es premisa para todo el proyecto revolucionario posterior.

Pero también nos alerta en negativo sobre esta cuestión, y es que el agotamiento del pasado Ciclo de revoluciones supone que el proletariado, hoy, carezca de una teoría de vanguardia a la que simplemente bastaría adherirse y aprender, empresa esta que, de por sí, costó a la vanguardia rusa varias décadas desde sus primeras rupturas con el populismo. Precisamente la impotencia revolucionaria en la que se halla sumido el proletariado desde hace décadas es la expresión del agotamiento de toda una serie de premisas teóricas e históricas que en su día posibilitaron el inicio de la RPM, y que hoy requieren del proletariado un ajuste cuentas con las mismas, síntesis y proyección a futuro de la lucha de clases revolucionaria desplegada durante el pasado siglo y adecuación al desarrollo actual de las ciencias. Dicho de otro modo, la tarea de reconstitución ideológica del comunismo como paso previo y sin el que no hay reconstitución del Partido Comunista, tarea que es histórica y afecta a todo el proletariado internacional. Por eso la línea de separación entre reacción y revolución, hoy en día, no puede estar, como lo planteaba en sus mocedades revolucionarias el bolchevismo, en el simple terreno de la política, en ese reconocimiento de la extensión de la lucha de clase proletaria a la necesidad de su dictadura o a las 21 condiciones de la Internacional Comunista, sino que se sitúa en un terreno que lo precede, el de la ideología, que precisamente es el que informa de los problemas históricos por los que atraviesa actualmente la RPM y los instrumentos y fases en los que se debe forjar el proletariado ─hoy su vanguardia─ para su relanzamiento.

Por eso hoy no basta con lanzar la consigna de derrotismo revolucionario. Su defensa consecuente e íntegra ─y no alguna de sus versiones mutiladas que abundan dentro del MCI actual─ puede servir para situarse en el campo internacionalista y antimperialista, pero no basta para sostener una postura genuinamente revolucionaria. Y es que, sin vincularlo con las necesidades de reconstitución ideológica y política que atraviesa el comunismo hoy en día, abogar por el derrotismo revolucionario en abstracto, al margen de las condiciones reales de la lucha de clases y la correlación de fuerzas que ocupa en las mismas el marxismo, es condenarse a una posición de impotencia. Por eso, desde las páginas de Línea Proletaria, hemos cuidado, en nuestros análisis y posicionamientos sobre la guerra de Ucrania, de vincular dicha consigna con la labor de reconstitución que actualmente tiene que llevar a cabo toda la vanguardia teórica. Por esta razón, en el editorial del anterior número, señalábamos a toda la vanguardia, y no como una tarea que pueda limitarse a unas determinadas siglas, que la defensa consecuente del derrotismo revolucionario en la presente guerra puede ─y debe─ vincularse con la tarea de Balance, permitiendo una mayor comprensión científica de la experiencia proletaria del pasado Ciclo, única forma de contrarrestar la hegemonía ideológica de la burguesía y sus voceros dentro del movimiento comunista. Solo vinculando el derrotismo revolucionario con las necesidades actuales de la vanguardia, que exigen, ante todo, anteponer su propia capacitación teórica y cultural para contribuir en el proceso de reelaboración del marxismo como concepción proletaria del mundo, en lucha contra toda forma de ideología burguesa, es como este no queda en un mero llamamiento estéril y puede servir para incidir en el estadio actual de la vanguardia, aunque sea a la pequeña escala a la que se mueve hoy en día el comunismo revolucionario, e ir preparando las condiciones para hacer de la guerra civil revolucionaria de nuevo una posibilidad real.

Sabemos perfectamente que, para el oportunismo de todo pelaje, acostumbrado como está a razonar dentro del limitado abanico de posibilidades inmediatas que la política burguesa pone delante suyo y cerrado a comprender que la clave reside en crear las condiciones que posibiliten progresivamente el surgimiento de una nueva política, este llamado que estamos sosteniendo le resultará de todo menos práctico. Pero dado que ir contra la corriente es una de las características del marxismo-leninismo, no nos es especialmente sorpresivo que sus enemigos ─cuya razón absoluta de ser es, precisamente, su acomodación al sentido de la corriente─ lo consideren siempre poco realizable. Y es que el desarrollo de la política leninista y su capacidad de penetrar hasta la esencia misma de las cosas no son una instantánea continuación de la política de las clases y sus luchas en su espontáneo transcurrir dentro del marco de la civilización burguesa, sino que son el resultado mediado de las conquistas que la lucha de clases ha sintetizado teóricamente a escala histórica, del marxismo como cosmovisión revolucionaria. Por eso nos gustaría acabar este artículo con la siguiente cita de Lenin, que condensa bien ese espíritu de rebelión contra toda estrechez de miras del oportunismo y que, leída desde las actuales condiciones de 2023, obligan a todo proletario consciente a interrogarse a sí mismo sobre qué supone plantear, de manera “práctica”, la cuestión desde el punto de vista del “socialismo y la lucha de clases” hoy en día:

“‘La cuestión práctica es sólo una: la victoria o la derrota de su propio país’, ha escrito el lacayo de los oportunistas Kautsky, al unísono con Guesde, Plejánov y Cía. Eso es así. Si se da al olvido el socialismo y la lucha de clases, eso será exacto. Pero si no se olvida el socialismo, es inexacto: la cuestión práctica es otra. ¿Perecer en una guerra entre esclavistas, sin dejar de ser un esclavo ciego e impotente, o perecer por ‘intentos de confraternización’ entre los esclavos para derrocar la esclavitud? Esa es, en realidad, la cuestión ‘práctica’.”68

Comité por la Reconstitución

Agosto de 2023


Notas:

1 Por ejemplo en el campo del conocimiento militar, recomendamos al lector las pp. 7-9 o 30-32 de LÍNEA PROLETARIA, nº7, diciembre de 2022.

2 Carta de Marx a Engels, 25 de septiembre de 1857; en MARX, C.; ENGELS, F. Correspondencia. Editorial Cartago. Buenos Aires, 1973, p. 88. [Toda la negrita empleada en las citas de este documento siempre es nuestra – N de la R.]

3 ENGELS, F., El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado; en MARX, K.; ENGELS, F. Obras Escogidas. Volumen 1. Akal. Madrid, 2016, p. 331.

4 LENIN, V.I. Una vez más acerca de los sindicatos; en OBRAS COMPLETAS. Progreso, Moscú, 1986, tomo 42, p. 289.

5 ENGELS, F. La revolución de la ciencia por el señor Eugenio Dühring (“Anti-Dühring”). Editorial Progreso, Moscú, pp. 178-179.

6 Había que tomar las armas: sobre los fundamentos materiales de Octubre; en LÍNEA PROLETARIA, nº2, diciembre de 2017, p. 54.

7 “La revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases.” MARX, K.; ENGELS, F. La ideología alemana. L’Eina. Barcelona, 1989, p. 36.

8 Para ahondar más en esta cuestión, solo que en el caso del tratamiento de la cuestión nacional ver ¡Abajo el chovinismo español de gran nación!; en LÍNEA PROLETARIA, nº1, julio de 2017, pp. 16-17.

9 MARX, K. Manifiesto inaugural de la AIT; en MARX, K.; ENGELS, F. Op. cit., p. 397.

10 Ibídem.

11 LENIN, V.I., Bajo pabellón ajeno; en O.C. Progreso, Moscú, 1984, tomo 26, pp. 151-153. Nótese que no solo internacionalismo es un concepto que el proletariado recoge y eleva de las mocedades revolucionarias de la burguesía, sino que también su aplicación consecuente en el caso de guerra, el derrotismo revolucionario, hunde sus raíces en los precedentes del pasado revolucionario de esta clase.

12 Sobre esta cuestión ahondaremos un poco más en páginas venideras. Sirva ahora recordar que la crítica revolucionaria ya tenía muy claro este nexo entre guerra (mundial incluso) y revolución para fechas tan tempranas como 1848. Esto decía Marx como forma de revertir el declinar revolucionario que ya se estaba dando para finales de ese histórico año: “La liberación de Europa, ya se trate del levantamiento hacia la independencia de las nacionalidades oprimidas o del derrocamiento del absolutismo feudal, se halla condicionada, consiguientemente, por el levantamiento victorioso de la clase obrera francesa. Pero toda revolución social en Francia se estrella necesariamente contra la burguesía de Inglaterra, contra la dominación mundial, industrial y comercial de la Gran Bretaña. Lo mismo en Francia que en el resto del continente europeo en general, toda reforma social parcial queda reducida, cuando pretende ser definitiva, a un vacuo y piadoso deseo. Y la vieja Inglaterra sólo se verá derrocada por una guerra mundial, la única que puede brindar al partido cartista, al partido obrero inglés organizado, las condiciones necesarias para un levantamiento victorioso contra sus gigantescos opresores. Cuando los cartistas se hallen a la cabeza del gobierno inglés habrá llegado el momento de que la revolución social pase del reino de la utopía al reino de la realidad. Y toda guerra europea en que se vea envuelta Inglaterra será una guerra mundial. Se librará en el Canadá y en Italia, en las Indias orientales y en Prusia, en África y en el Danubio. Y la guerra europea será la primera consecuencia a que conducirá la revolución obrera victoriosa en Francia. Inglaterra volverá a ponerse, como en tiempos de Napoleón, a la cabeza de los ejércitos contrarrevolucionarios, pero la guerra misma se encargará de colocarla al frente del movimiento revolucionario y de hacer que se redima de sus pecados contra la revolución del siglo XVIII. Levantamiento revolucionario de la clase obrera francesa y guerra mundial: he allí el programa con el que se abre el año 1849.” MARX, C.; ENGELS, F. Las revoluciones de 1848. Selección de artículos de artículos de la Nueva Gaceta Renana. Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 415-416.

13 MARX, K., La guerra civil en Francia; en MARX, K.; ENGELS, F. Op. cit., p. 566.

14 Traducción propia de la resolución del II Congreso de la Internacional Socialista, que se puede consultar en TABER, Mike (ed.), Under Socialist Banner. Resolutions of the Second International, 1889-1912. Haymarket Books. Chicago, 2021.

15 Bajo pabellón ajeno; en LENIN, Op. cit., t.26, p. 149.

16 Carta de Engels a Bebel, 13 de septiembre de 1866; en MARX, K.; ENGELS, F; Collected Works, Volume 47, Engels: 1883-86, International Publishers. Nueva York, 1995, p. 485 y ss. [La traducción es propia – N de la R]. Aunque Engels, a diferencia de como haría posteriormente la desviación pacifista dentro de la II Internacional, nunca se dejó amilanar por esta posibilidad: “Esta es la perspectiva [la guerra mundial y la masacre de millones en los campos de batalla], si el sistema de competencia en los armamentos bélicos, llevado a su extremo, produce por último los frutos inevitables. Mirad, señores reyes y hombres de Estado, hasta dónde ha llevado vuestra sabiduría a la vieja Europa. Y si no os queda otra cosa que iniciar el último gran baile militar, no nos echaremos a llorar. Que la guerra nos lance por cierto tiempo a una etapa ya pasada, que nos quite algunas de las posiciones ya conquistadas. Pero si desencadenáis las fuerzas que no podréis después dominar, cualquiera sea la forma que adopten los acontecimientos, al final de la tragedia quedaréis convertidos en una ruina, y la victoria del proletariado ya habrá sido conquistada o, de todos modos, será inevitable.” ENGELS, F. Temas militares. Selección de trabajos 1848-1885. Editorial Cartago. Buenos Aires, 1974, p. 261.

17 Esta es la enmienda finalmente añadida que el bolchevismo pugnó por incluir: “En caso de que a pesar de todo estalle la guerra, es su obligación intervenir a fin de ponerle término en seguida, y con toda su fuerza aprovechar la crisis económica y política creada por la guerra para agitar los estratos más profundos del pueblo y precipitar la caída de la dominación capitalista.” Citado según JOLL, J. La segunda internacional 1889-1914. Icaria Editorial. Barcelona, 1976, p. 184.

18 Para ahondar más en estas cuestiones, recomendamos al lector Camino a Octubre en LA FORJA, nº8, noviembre de 1995 y Había que tomar la armas: sobre los fundamentos materiales de Octubre; en LÍNEA PROLETARIA, nº2, diciembre de 2017.

19 LENIN, V. I., La caída de Porth-Arthur; en O.C. Progreso, Moscú, 1982, tomo 9, p. 156.

20 Así terminaba la primera proclama de los bolcheviques sobre la guerra ruso-japonesa, ligando indeleblemente el destino de la autocracia al destino de su aventura militar: “Y si la guerra termina con una derrota, lo primero en caer será todo el sistema de gobierno, fundado en la ignorancia y ausencia de derechos del pueblo, en la opresión y la violencia. ¡Quien siembra vientos recoge tempestades! ¡Viva la unión fraternal de los proletarios de todos los países que luchan por liberarse totalmente del yugo del capital internacional! ¡Viva la socialdemocracia japonesa que ha protestado contra la guerra! ¡Abajo la rapaz y vergonzosa autocracia zarista!” LENIN, V. I., Al proletariado ruso; en O.C. Progreso, Moscú, 1982, tomo 8, p. 182.

21 El plan de batalla de Petersburgo; en LENIN, Ibídem., p. 217.

22 Ejército revolucionario y gobierno revolucionario; en LENIN, Ibíd, p. 352.

23 Ibíd, p. 355.

24 “Tenemos en nuestras manos el arma más poderosa para combatir cualquier entusiasmo por el casiconstitucionalismo, cualquier exageración ─parta de quien fuere─ del papel ‘positivo’ de la Duma, cualquier exhortación de la extrema derecha de la socialdemocracia a la moderación y el comedimiento. Esa arma es el primer punto de la resolución del Congreso sobre la insurrección.” LENIN, V. I., Informe sobre el congreso de unificación del POSDR; en O.C. Progreso, Moscú, 1982, tomo 13, p. 70.

25 Al respecto del proceso de reconstitución del POSDR bolchevique, ver Entre dos orillas; en LA FORJA, nº16, febrero de 1998.

26 LENIN, V. I., La guerra y la revolución; en O.C. Progreso, Moscú, 1985, tomo 32, pp. 84-89.

27 Para un estudio sistemático y profundo de la política que ha conducido a la actual guerra en Ucrania véase Dr. Strangeloveen Kyiv: perspectivas de la guerra imperialista en Ucrania; en LÍNEA PROLETARIA, nº7, diciembre de 2022.

28 LENIN, V.I., Imperialismo y la escisión del socialismo; en O.C. Progreso, Moscú, 1985, tomo 30, p. 171 y ss.

29 Sobre la caricatura del marxismo y el “economicismo imperialista”; en LENIN, Ibídem, p. 86.

30 “También en la tercera época [la imperialista] los conflictos internacionales siguen siendo, por la forma, conflictos internacionales idénticos a los de la primera época [la de Marx], pero su contenido social y de clase ha cambiado de manera radical. La situación histórica objetiva es totalmente distinta.” Bajo pabellón ajeno; en LENIN, Op. cit., t.26, p. 152.

31 Ibídem, pp. 146-147.

32 “Es evidente que, en esta cuestión (lo mismo que en el criterio acerca del ‘patriotismo’), no es el carácter defensivo u ofensivo de la guerra, sino los intereses de la lucha de clase del proletariado, o, mejor dicho, los intereses del movimiento internacional del proletariado, lo que constituye el único punto de vista desde el que se puede abordar y resolver el problema de la actitud de los socialdemócratas ante uno u otro fenómeno de las relaciones internacionales.” LENIN, V. I., Militarismo belicoso y la táctica antimilitarista de la socialdemocracia; en O.C. Moscú, Progreso, 1983, tomo 17, p. 200.

33 Los acontecimientos de los Balcanes y de Persia; en LENIN, Ibídem, p. 235.

34 Respuesta a P. Kievski (Y. Piatakov); en LENIN, Op. cit., t.30, p. 76. Lo cual no significa, contra toda simplona interpretación economicista imperialista, que no sea posible para determinados sectores de la burguesía jugar un papel progresivo en los países poco desarrollados y oprimidos por el imperialismo.

35 Véase por ejemplo su Movilización contra el gobierno de Marruecos, disponible aquí: https://frenteobrero.es/movilizacion-contra-el-gobierno-de-marruecos/

36 Imperialismo y la escisión del socialismo; en LENIN, Op. cit., t.30, pp. 182-183.

37 La bancarrota de la II Internacional; en LENIN, Op. cit., t.26, p. 261.

38 Según aparece citado en JOLL, J. Op. cit., p. 136.

39 La bancarrota; en LENIN, Op. cit., t.26, pp. 237-238.

40 JOLL, J. Op. cit., p. 164.

41 Ibídem, p. 153.

42 Salvo la honrosa excepción de la socialdemocracia de Serbia, que se negaron tajantemente a votar los créditos de guerra y se opusieron a la política de su propio gobierno.

43 Saludo al congreso del partido socialista italiano; en LENIN, Op. cit., t.30, p. 184.

44 LENIN, V.I., Cuadernos sobre imperialismo; en O.C. Progreso, Moscú, 1986, tomo 28, p. 238

45 Saludos al congreso del partido socialista italiano; en LENIN, Op. cit., t.30, p. 154.

46 Posición de principios respecto a la guerra; en LENIN, Ibídem, p. 229.

47 “La única línea marxista en el movimiento obrero mundial consiste en explicar a las masas que la escisión con el oportunismo es inevitable e imprescindible, en educarlas para la revolución mediante una lucha despiadada contra él, en aprovechar la experiencia de la guerra para desenmascarar todas las infamias de la política obrera nacional liberal, y no para encubrirla.” El imperialismo y la escisión del socialismo; en LENIN, Ibíd, p. 186.

48 “El partido socialista tipo de la época de la II Internacional era un partido que toleraba en sus filas el oportunismo, que se fue acumulando de modo creciente a lo largo de los decenios del período ‘pacífico’, pero que se mantenía en secreto, adaptándose a los obreros revolucionarios, tomando de ellos su terminología marxista y evitando toda clara delimitación en el terreno de los principios. Este tipo de partido ha caducado. Si la guerra termina en 1915, ¿en 1916 habrá alguien entre los socialistas sensatos dispuesto a iniciar una nueva reconstitución de los partidos obreros con los oportunistas, sabiendo por experiencia que, en la próxima crisis, sea ésta cual fuere, todos ellos (más todos los débiles de carácter y los desorientados) estarán en favor de la burguesía, la cual encontrará indefectiblemente un pretexto para prohibir que se hable del odio de clase y de la lucha de clases?”, en ¿Qué hacer ahora?; en LENIN, Op. cit., t.26, p. 117-118.

49 Conferencia de las secciones del POSDR en el extranjero; en LENIN, Ibídem, p. 173.

50 Acerca de la derrota del gobierno propio en la guerra imperialista; en LENIN, Ibíd, pp. 301-302.

51 Su principal instigador, Gustave Hervé, acabaría en 1919, tras probar las mieles del chovinismo y el pánico oportunista a la revolución proletaria, fundando el fascista Parti Socialiste National.

52 Conferencia de las secciones del POSDR...; en LENIN, Op. cit., t.26, p. 171.

53 “(...) la lucha de clase es imposible si no se asestan golpes a ‘su’ burguesía y a ‘su’ Gobierno; pero, a su vez, asestar golpes a su propio Gobierno en la guerra es (¡que Bukvoed tome nota!) delito de alta traición, es cooperar a la derrota de su propio país. [...] El proletario no puede asestar un golpe de clase a su Gobierno ni tender (de verdad) la mano a su hermano, al proletario de un país ‘extranjero’ en guerra con ‘nosotros’, sin cometer un ‘delito de alta traición’, sin cooperar a la derrota, sin ayudar a la desagregación de una ‘gran’ potencia imperialista, ‘la suya’.” Acerca de la derrota del...; en LENIN, Ibídem, p. 305.

54 “El proletariado, recordando siempre las palabras de Marx de que ‘los obreros no tienen patria’, no debe participar en la defensa de los antiguos límites de los Estados burgueses, sino crear los nuevos límites de las repúblicas socialistas (...)”. Un comentario acerca del informe de Plejanov; en LENIN, Ibíd, p. 25.

55 La situación y las tareas de la internacional socialista; en LENIN, Ibíd, p. 39-40.

56 La situación y las tareas de la Internacional socialista; en LENIN, Ibíd, p. 41 y ss. En este sentido: “Aquí no cabe hablar de ‘ilusiones’ en general ni de su refutación, pues ningún socialista, nunca ni en parte alguna, ha garantizado que hayan de ser precisamente la guerra actual (y no la siguiente) y la situación revolucionaria actual (y no la de mañana) las que originen la revolución. De lo que se trata aquí es del deber más indiscutible y más esencial de todos los socialistas: el de revelar a las masas la existencia de una situación revolucionaria, de explicar su amplitud y su profundidad, de despertar la conciencia revolucionaria y la decisión revolucionaria del proletariado, de ayudarle a pasar a las acciones revolucionarias y a crear organizaciones que correspondan a la situación revolucionaria y sirvan para trabajar en ese sentido” La bancarrota de la II Internacional; en LENIN, Ibíd, p. 232

57 “En lo que se refiere a la ‘inoportunidad’ de la propaganda de la revolución, esta objeción se basa en una confusión de conceptos habitual en los socialistas latinos: confunden el comienzo de la revolución con la propaganda pública y abierta de ella. En Rusia nadie considera que la revolución de 1905 empezara antes del 9 de enero de 1905; pero la predicación revolucionaria en el sentido más estricto, la propaganda y la preparación de las acciones de masas, de las manifestaciones, de las huelgas y de las barricadas fueron realizadas durante años antes de esa fecha. Por ejemplo, la vieja lskra predicó la revolución desde fines de 1900, de la misma manera que lo hizo Marx a partir de 1847, cuando no podía ni hablarse aún del comienzo de la revolución en Europa.” LENIN, V. I., Los marxistas revolucionarios en la conferencia socialista internacional del 5 al 8 de septiembre de 1915; en O.C. Progreso, Moscú, 1985, tomo 27, p. 49-50.

58 Proposición del Comité Central del POSDR; en LENIN, Op. cit., t.27, p. 303.

59 La situación y las...; en LENIN, Op. cit., t.26, p. 41.

60 Acerca de la derrota del gobierno...; en LENIN, Op. cit., t.26, p. 304 y ss.

61 Acerca del programa de la paz; en LENIN, Op. cit., t.27, p. 282-283. Otra muestra: “Hablar de la paz con los gobiernos burgueses es, en realidad, engañar al pueblo. Los grupos de capitalistas que han anegado en sangre el mundo por el reparto de la tierra, de los mercados, de las concesiones, no pueden concluir una paz ‘honrosa’. Sólo pueden concertar una paz vergonzosa, una paz para el reparto del botín, una paz para el reparto de Turquía y de las colonias.” LENIN, V. I., Cartas desde lejos, cuarta carta; en O.C. Progreso, Moscú, 1985, tomo 31, p. 57.

62 Y esto no significa, como sostiene el socialchovinismo del tipo economicismo-imperialista, que el derecho de autodeterminación de las naciones sea solo realizable por el proletariado en el poder. Como medida democrática que es, puede perfectamente ser llevada a cabo, en determinadas circunstancias, por la burguesía, incluso por la de la época imperialista, al igual que otras medidas de las enlistadas por Lenin, como la renuncia a las anexiones. Lo que jamás sería llevado a cabo por la burguesía, y que es de lo que aquí se está hablando, es la renuncia con efecto inmediato de todas esas medidas sin las cuales no puede hablarse de una paz democrática y consecuente. Paz de este tipo que es la que el proletariado, en su primera experiencia en el poder tras Octubre, llevó a cabo y demostró que efectivamente era un combatiente de vanguardia por la democracia de un calado mayor de lo que jamás lo había sido la burguesía en sus mocedades revolucionarias. Naturalmente, que esta paz se asiente sobre estas condiciones más firmes nada tiene que ver con ideas clericales y utópicas de paz perpetua o a toda costa, pues mientras sobreviva el poder burgués y las bases para dicho poder, el proletariado se verá amenazado por el peligro de la guerra, como confirmo la experiencia histórica con la intervención imperialista al País de los Soviets a los pocos meses de la firma de la paz en 1918.

63 Respuesta a P. Kievski...; en LENIN, Op. cit., t.30, p. 74

64 “De cualquier manera, si consideramos la emergencia del proletariado como clase revolucionaria, su formación como sujeto, como proceso histórico universal, aparece claramente la necesidad, precisamente por apoyarse en primer lugar en el dominio básico y elemental de la estructura política, de que el proletariado apareciera primero, a gran escala operativa, como clase dominante antes que como clase revolucionaria. Esto, como la LR ya ha señalado anteriormente, tiene su expresión en el plano ideológico en la necesidad de que la teoría y la práctica de la dictadura del proletariado antecedieran a la teoría y la práctica del partido de nuevo tipo.” En Había que tomar las armas: sobre los fundamentos materiales de Octubre; en LÍNEA PROLETARIA, nº2, p. 55.

65 Respuesta a P. Kievski; en LENIN, Op. cit., t.30, p. 76.

66 Ver a este respecto Octubre: lo viejo y lo nuevo en EL MARTINETE Nº20, septiembre de 2007.

67 LÍNEA PROLETARIA, nº2, Op. cit., pp. 55-56.

68 Una ilustración de la consigna de la guerra civil; en LENIN, Op. cit., t.26, p. 189.